Se desprenden en un arte de hojas y de savias. Crecen; se ramifican entre el follaje; insisten en ascender hacia los cielos, rozando la gloria de estar vivas; se nutren; nos oxigenan en verdes resplandores, alimentando el núcleo de la vida. Se bifurcan en esas enmarañadas ramas; avanzan; reproducen corolas y pistilos; se hacen calles; tormentas; ponientes, sollozos de lánguidas lloviznas agitadas por los vientos; intensas; aterradas; complacientes. Sus brazos de madera caen sobre una ciudad desnuda abrigando itinerantes cuerpos; mientras, la oscuridad exhala esos perfumes que se enredan cada noche en imperceptibles vuelos de otras almas...