11.03.2011



No es el tiempo que pasó.
Soy yo la que se detiene y se adhiere a mi mundo,
a los sentidos, a mi sueño y expreso todo lo que siento,
lo nuevo, lo extraño, la quietud sin esfuerzo y con aliento,
y ahí me quedo amarrada a las nubes para no irme,
con las huellas de tus miradas que me enamoran,
con el amor indescifrable sin cicatrices,
adónde quiera que voy, adónde quiera que esté,
yo siempre te alcanzo y me acomodo a tu lado
en las líneas del horizonte, trozo a trozo, hecha polvo.


Y tantas veces, tomo una resolución.
Me descuelgo del recuerdo y subo hasta las nubes,
allí está tu brillo en una estrella y en la luna en cuarto menguante,
clarificada por el planeta prohibido que no se opaca,
y me transformo en esa estrella fugaz que con osadía,
bebe la beatitud celeste consumida para que el sol se oculte,
tus dedos abrazando mi cuerpo con caminos de luz y sombra,
y junto a mi pecho dañado el corazón que dejo y sostienes,
éxtasis de besos consentidos bajo el rito de alboradas,
y mi alma que toma el tren que me lleva lejos porque está dañada,
pero desaparece mi figura y camino en soledad,
hasta la próxima estación hasta que mi figura desaparezca


Anoche, cuando mi cuerpo gritaba mi deseo en la cama,
y mis cabellos se amarraron a tu piel,
pensé, sentí, que ese camino prohibido era placer y nada más,
traté de volar con calma hacia los vericuetos de tu universo
y en la sabiduría del erotismo bebiste la miel de mis senos,
pues sé que estabas allí, acomodando latidos en un nido tibio,
y en mi vientre albergaste mi sexo que se hizo eterno,
yo acudo ahora a la cita abrazando la estructura de mi vida,
y sabré sin distingo que tu vergel existe en un glaciar eterno,
que se cuela como otoño suave que, como estación favorita,
será la barrera suave de mi cadencia de mujer completa.